29th Sunday of Ordinary Time Reflection 

The sons of Zebedee hardly know what they’re asking in today’s Gospel. They are thinking in terms of how the Gentiles rule, of royal privileges and honors.

But the road to Christ’s kingdom is by way of His cross. To share in His glory, we must be willing to drink the cup that He drinks.

The cup is an Old Testament image for God’s judgment. The wicked would be made to drink this cup in punishment for their sins (see Psalm 75:9; Jeremiah 25:15, 28; Isaiah 51:17). But Jesus has come to drink this cup on behalf of all humanity. He has come to be baptized—which means plunged or immersed—into the sufferings we all deserve for our sins (compare Luke 12:50).

In this He will fulfill the task of Isaiah’s suffering servant, whom we read about in today’s First Reading.

Like Isaiah’s servant, the Son of Man will give His life as an offering for sin, as once Israel’s priests offered sacrifices for the sins of the people (see Leviticus 5:17–19).

Jesus is the heavenly high priest of all humanity, as we hear in today’s Epistle. Israel’s high priests offered the blood of goats and calves in the temple sanctuary. But Jesus entered the heavenly sanctuary with His own blood (see Hebrews 9:12).

And by bearing our guilt and offering His life to do the will of God, Jesus ransomed “the many”—paying the price to redeem humanity from spiritual slavery to sin and death.

He has delivered us from death, as we rejoice in today’s Psalm.

We need to hold fast to our confession of faith, as today’s Epistle exhorts us. We must look upon our trials and sufferings as our portion of the cup He promised to those who believe in Him (see Colossians 1:24). We must remember that we have been baptized into His passion and death (see Romans 6:3).

In confidence, let us approach the altar today, the throne of grace, at which we drink the cup of His saving blood (see Mark 14:23–24).

Reflection written by Scott Hans

 

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Reflexion del 29 Domingo de tiempo Ordinario

Los hijos de Zebedeo apenas saben lo que piden en el Evangelio de hoy. Están pensando en términos de cómo los gentiles gobiernan, de los privilegios y honores reales. Pero el camino hacia el reino de Cristo es a través de Su cruz. Para compartir en Su gloria, debemos estar dispuestos a beber la copa que Él bebe.
La copa es una imagen del Antiguo Testamento para el juicio de Dios. A los inicuos se les haría beber esta copa como castigo por sus pecados (vea el Salmo 75: 9; Jeremías 25:15, 28; Isaías 51:17). Pero Jesús ha venido a beber esta copa en nombre de toda la humanidad. Él ha venido a ser bautizado, lo que significa sumergido o inmerso en los sufrimientos que todos merecemos por nuestros pecados (compare Lucas 12:50).
En esto cumplirá la tarea del siervo sufriente de Isaías, de quien leemos en la primera lectura de hoy. Al igual que el siervo de Isaías, el Hijo del Hombre dará su vida como una ofrenda por el pecado, ya que una vez los sacerdotes de Israel ofrecieron sacrificios por los pecados del pueblo (véase Levítico 5: 17–19).
Jesús es el sumo sacerdote celestial de toda la humanidad, como escuchamos en la epístola de hoy. Los sumos sacerdotes de Israel ofrecieron la sangre de cabras y terneros en el santuario del templo. Pero Jesús entró al santuario celestial con su propia sangre (vea Hebreos 9:12).
Y al asumir nuestra culpa y al ofrecer Su vida para hacer la voluntad de Dios, Jesús rescató a “los muchos”, pagando el precio para redimir a la humanidad de la esclavitud espiritual al pecado y la muerte. Él nos ha liberado de la muerte, mientras nos regocijamos en el Salmo de hoy.
Necesitamos mantenernos firmes en nuestra confesión de fe, como nos exhorta la Epístola de hoy. Debemos considerar nuestras pruebas y sufrimientos como nuestra porción de la copa que Él prometió a aquellos que creen en Él (ver Colosenses 1:24). Debemos recordar que hemos sido bautizados en Su pasión y muerte (ver Romanos 6: 3). En confianza, acerquémonos hoy al altar, el trono de la gracia, en el cual bebemos la copa de Su sangre salvadora (véase Marcos 14: 23–24).

 

Reflexión escrita por Scott Hans